miércoles, 3 de octubre de 2007

La Casa de Alba - Nota Imaginación Atrapada


“La casa alba (a la otra orilla del mar)”: No mires, no hables, no escuches, no desees.

Sobre textos de: Federico Garcia Lorca Dirección, Diseño de Vestuario y de Espacio: Edgardo Dib Intérpretes: Stella Brandolin, Sandra Grandinetti, Mariana Gutiérrez, Araceli Haberland, Marta Montero, Liana Muller, Erica Spósito, Julieta Vigo Diseño de luces: Leandra Rodríguez Realización de vestuario: Susana Sanchez Sonido: Martin Lavini Fotografía: Juan Marcelo Baiardi Diseño gráfico: Esteban Caffini Asistencia de dirección: Stella Brandolin, Araceli Haberland Producción ejecutiva: Luciana Zylberberg.
Finalizó funciones 2007 -- La Manufactura Papelera, Bolivar 1582, Teléfono: 4307-9167 Web:
http://www.papeleracultural.8m.com

La casa de Bernarda Alba, la casa escénica, es un círculo de sal rodeado por las butacas de los espectadores. Es la sal de un mar invisible y lejano a la aridez de Bernarda y sus dominios. Es la sal que conforma un círculo tradicionalmente de protección para los que están adentro; acá demarca el espacio escénico, pero también es el muro que encierra a sus ocupantes.

Bernarda omnipresente, Bernarda dominante. Ingresamos a su vida en el funeral de su segundo esposo, pero pareciera que el luto que visten sus hijas ha sido desde siempre. En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey; en el pueblo de los pobres, Bernarda se cree aristocracia. Sus hijas van cubiertas de harapos negros y descalzas, encerradas en esa geografía limitada que es la casa. La moral, las buenas costumbres, el deber ser, se imponen, se marcan sobre los cuerpos. No hay posibilidad de comparar; sólo existe y todo se hace según la versión de Bernarda. “Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta”.

Las hijas son mujeres desierto, secadas por su propia madre, engendradas para sufrir y eternizar el sufrimiento. Sólo la joven Adela parece querer llevar la contra.

La existencia impertérrita de estas mujeres muertas se altera con la aparición (no física) de un hombre, un hombre que quiere casarse con una de ellas. Pero, detrás del compromiso que hace con la mayor (irónicamente llamada Angustias), está el deseo por la menor. La represión contra la pasión y el deseo, Eros versus Tánatos.
En el espacio escénico las luces van cambiando el tiempo, y unas jarras de agua (cantidades ínfimas que no alcanzan para calmar la sed de vida de sus ocupantes) rodean la escena. Aguas que son el mar ausente, y la corriente asesinada del fluir vital femenino.

El texto tiene ajustes, pero, esencialmente, se mantiene fiel al original de García Lorca. Pese al enorme trabajo de todas las actrices (con especial acento en una organización casi coreográfica de los cuerpos en el espacio), algunas de las voces jóvenes tienen dificultades a la hora de “decir” el texto poético y eso a veces le quita una de sus dimensiones a la obra. Fuera de eso, la atmósfera se va volviendo asfixiante, reforzado el efecto por la disposición circular del público alrededor de la “casa”; su mirada clausura el escape, se convierte en un testigo morboso de la decadencia inevitable de la casa de Bernarda y se dedica a esperar la tragedia.

Toda exaltación vuelve a cero, el estricto respeto de “la moral y las buenas costumbres”. La no demostración, el aniquilamiento de toda fuerza libidinal, el castigo a la libertad. El círculo protege, hasta que la protección se vuelve encierro, prisión, literal y metafórica. La “idea” del mar, del cuerpo de un “hombre”, aumentan la angustia porque no se ven, porque se limitan a la palabra, como mucho al concepto o a la fantasía. Pero son las propias hijas de Bernarda las que se encargan de perpetuar el sistema, nunca más evidente que cuando la pacífica y torturada Martirio decide destruir a Adela por envidia. Bernarda ha transformado a su propia progenie en cuervos que lastiman a quien se atreva a romper el equilibrio.

Cada tanto se hace el silencio, cambian los actos, y los personajes se cruzan, armando un tableau vivant; se doblan, como muñecas de trapo, ocupando sus nuevas posiciones. Nuestra guía, nuestra Cassandra dentro de la propia obra, Poncia (quien nos ha llevado en un principio hasta las butacas) es conciente de la tragedia que se avecina, pero no deja de participar.

El sistema represivo de la casa sin alba está destinado a matar a sus propios hijos. Bernarda es la voz que atraviesa todos los rincones e implanta el silencio como un borceguí aplastando un débil brote. Es el centro de la rueda y sus hijas los bordes que se aplastan una y otra vez contra el duro suelo. Bernarda es como el dios Cronos de Goya que se come a sus propios hijos. El control obsesivo, los espacios cancelados y pornográficamente (en el sentido de que no hay forma de ocultarse) transparentes. Como oposición, la visceralidad, el deseo; como resultado, la muerte inexorable… En el medio, totémica, Bernarda gritando silencio, que “aquí no ha pasado nada”.

. Publicado por "Imaginación Atrapada - por Diego Braude .

1 comentario:

Sergioannecy dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.